En estos días en que estamos viviendo el Mundial de Qatar 2022, temas complejos salen a la luz de nueva cuenta, involucrando países, sociedades y organizaciones internacionales. Más allá de la supuesta teoría de la corrupción de FIFA que empezó a circular notablemente desde el año 2010, estamos enfrentando como aficionados una importante pregunta: ¿cuál es el poder real que controla a las masas; es un poder político, mediático, económico o será que el deporte por sí mismo es poder?
Si analizamos toda la historia del deporte durante la existencia de la humanidad, nos topamos con una verdad sorprendente: el deporte nunca ha sido simplemente deporte. Los diferentes deportes, torneos y competencias han sido siempre una herramienta en manos de otro “poder”, ajeno al círculo deportivo. Los deportistas articulan, tensan y mueven sus músculos, y con ellos ese “poder misterioso” articula, polariza y manipula sociedades y pueblos y hasta naciones enteras.
Daré algunos ejemplos con la finalidad de aclarar el contexto: en México prehispánico, el deporte era un ritual que terminaba ofreciendo sacrificios humanos a los dioses, un deporte entregado al poder divino; las diferentes competencias atléticas en Grecia antigua servían para controlar a las masas bajo la sombra de la divinidad y el poder económico-político clasista; en la historia moderna hay muchísimos ejemplos desde los Juegos Olímpicos de 1936 con la Alemania nazi, los diferentes Mundiales de la FIFA y la Copa Mundial de Rugby 1995 con Nelson Mandela. Todos representaban emocionantes torneos deportivos que buscaban, además de vivir la fiebre deportiva, construir una marca: la marca de una nación.
De acuerdo a lo anterior y contemplando que desde el inicio de la historia el deporte servía a un poder intangible, ¿qué tiene de diferente Qatar 2022?¿Cómo entender la polémica detrás del primer Mundial en el Medio Oriente; es una polémica social, religiosa o política o por qué ahora se preocupa Occidente por los derechos humanos en Qatar? Ya que en su momento, parece que a Occidente se le olvidaron los derechos de los “seres vivos” en Iraq, Siria, Afganistán, Israel…etcétera.
Antes de profundizar más en el caso de Qatar, tendremos que abordar diferentes aspectos que toman más relevancia en la sociedad del Medio Oriente, en comparación con América Latina; me refiero a contextos y factores que influyen en cómo se perciben aquellos países para los que estamos al otro lado del planeta.
La religión es la columna vertebral de la sociedad en el Medio Oriente, todo está estructurado según la religión: las escuelas, la opinión pública e incluso los clubes deportivos. La religión, para los habitantes de aquellos países, no es un aspecto adicional a sus vidas, es su esencia “nacional” por excelencia.
El Islam es la religión dominante en el Medio Oriente. La filosofía de vida de un musulmán (quién pertenece al Islam) varía entre la extrema derecha hasta el liberalismo. Tomando en cuenta que el Islam nació en la actual Arabia Saudita, seguimos viendo que los ciudadanos de dicho país, junto con Qatar, Emiratos Árabes y Baréin son de los más conservadores entre los países árabes.
Quienes no somos musulmanes debemos entender que el Islam es una religión que no solo establece un estilo de vida, como otras religiones, también una forma de gobierno; es una religión que busca formar un gobierno teocrático (un gobierno liderado por Dios ‘Allah’ y su sagrado Corán).
En el contexto histórico, la última vez que el Islam ha sido representado en un solo estado fue en tiempos del Imperio Otomano. La Primera Guerra Mundial ha sido la última bala que acabó con el poder de los otomanos, dejando el territorio del Medio Oriente dividido en diferentes “países-independientes” (así es como Occidente vendió la idea), unos luchan desde hace años para intentar formar repúblicas democráticas y otros siguen un estilo de monarquías muy particular que llamaré “la monarquía de los tribus”.
Con base a ese contexto histórico y religioso, los países árabes compiten entre ellos para volver a tener el glorioso Estado Islámico; con un breve análisis podemos saber que hay tres potencias principales que buscan liderar el mundo islámico: Turquía, Arabia Saudita e Irán.
Qatar es el hermano pequeño que piensa que se puede estar bien con todos los imperios a su alrededor. Quiere estar bien con los sauditas, pero al mismo tiempo no transformarse en su patio trasero, por ello trata de mantener muy buena amistad con el gran rival Irán, con todo lo que ese país representa para el mundo islámico y para los Estados Unidos de América. Qatar no reconoce a Israel como estado, apoya a la causa palestina, pero al mismo tiempo es amigo íntimo de los turcos, que pusieron el Islam a un lado y establecieron relaciones diplomáticas con el Estado hebreo.
La economía en los países del Medio Oriente se ha basada en su gran parte en el sector energético, aquí hay que considerar que la energía como se encuentra en la naturaleza, sea petróleo o gas, no es para siempre ni durará otros cientos de años. Lo anterior es una realidad que los países árabes productores de energía entienden a la perfección.
Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes y Baréin han manejando esquemas de inversiones millonarias en sectores no energéticos, como la educación, infraestructuras, telecomunicaciones, medios de comunicación y, sin duda… los deportes.
El interés mediático en los asuntos del Medio Oriente tuvo un incremento considerable a partir del 11 de septiembre del 2001, luego la guerra de Iraq 2003 y el fenómeno del terrorismo basado en justificaciones islámicas (Yihad). Todo lo anterior, y en paralelo a la revolución digital y las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación TICs, puso a las potencias árabes frente a un reto muy difícil: ¿cómo huir del aislamiento en un mundo globalizado?
Mi teoría es simple: el deporte es un modelo económico y social integral que, para las potencias árabes anteriormente mencionadas, representa una puerta hacia una aceptación de un mundo globalizado, es el fenómeno social más flexible y recomendado para conectar con las diferentes mentalidades del mundo. El Mundial de futbol, los Juegos Olímpicos, la Fórmula 1 y todas las otras competencias le permiten a las potencias del Medio Oriente:
Salir del aislamiento social y deslizarse de las corrientes fanáticas;
Expandir su cultura aprovechando todas las plataformas de comunicaciones y sus audiencias de aficionados;
Establecer un modelo de inversión a largo plazo, con alta probabilidad de que sea un modelo sostenible y sustentable;
Hasta los mismos conservadores creen que este tipo de eventos deportivos es una oportunidad para convertir a mucha gente al Islam, fenómeno que hemos presenciado en las redes sociales desde el inicio del Mundial.
Más que un negocio, el Mundial de Qatar y en general el deporte en el Medio Oriente busca impactar al mundo, intenta reconstruir una nación islámica que quedó atrapada en un laberinto causado por hechos históricos y culturales; por ello, asuntos como la posible corrupción de FIFA se quedan muy cortos frente a un gigantesco proyecto del que apenas algunos apenas están percibiendo su existencia.
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